Anoche, el WiZink Center de Madrid fue el epicentro de una experiencia única gracias a Melanie Martínez. La cantante y compositora estadounidense, conocida por su estética oscura y su fusión de pop alternativo con letras cargadas de ironía y crítica social, ofreció un espectáculo que no solo mostró su talento vocal, sino que también sumergió a sus seguidores en un universo de fantasía retorcida, tan característico de su arte.
Los gritos de los fans se podían escuchar desde fuera del estadio ya antes de empezar, pero, cuando comenzó el concierto, se desató la locura.
El escenario se llenó de bailarines con cabezas de conejo enormes que veneraban a una Melanie que salió a comerse Madrid al son de “Cry Baby”. La escenografía te envolvía haciéndote creer que estabas dentro de una casa de muñecas de ensueño. Conforme los temazos iban pasando los fans veían como poco a poco recorrían nuevos lugares de esa casa en la que se había convertido el WiZink. Habitaciones, zonas de recreo, jardín… Todos fuimos protagonistas de una especie de “Toy Story” en concierto al ritmo de temazos de la primera etapa de la artista neoyorkina.
Pero entre tanto cuento había algo oscuro. Peculiaridad de la música de Melanie que se llevó a la perfección a la escenografía. Conforme avanzaba el concierto, esa oscuridad se iba haciendo más patente. Dejábamos Cry Baby (2015) atrás para adentrarnos en K-12 (2019). Temazos como el de “Show & Tell” dejaron boquiabiertos al público madrileño, ya que, cual marioneta, Melanie bailaba a las órdenes de las manos gigantes de Ms. Penelope.
Hasta que… La mataron. Un flechazo directamente al corazón la dejó tirada en el escenario mientras los bailarines lloraban desconsoladamente.
Pero el concierto aún estaba muy lejos de acabar. La muerte de Cry Baby era una muerte necesaria. Con ella La Criatura podía renacer. Así empezaba la última parte del concierto, la vinculada a Portals (2023).
La escenografía dio un giro radical. De la casa de muñecas pasamos a un bosque feérico cuyo despliegue audiovisual dejó boquiabiertos a los asistentes.
La escenografía dio un giro radical. De la casa de muñecas pasamos a un bosque feérico, cuyo estilo de cuento de hadas gótico se apoderó de todo el estadio. Así, durante todo el concierto, pudimos ver a una artista que hacía mucho más que solo cantar. Cada interpretación era una obra maestra cuidadosamente coreografiada, donde el surrealismo y la crítica a las convenciones sociales se mezclaban en un despliegue visual que dejaba boquiabiertos a los asistentes.
El concierto de anoche fue una clara demostración de que Melanie Martínez no ha perdido su capacidad para sorprender y emocionar. Más allá de su increíble talento vocal, su verdadera magia reside en su habilidad para contar historias que desafían lo convencional y que abren espacio para una reflexión profunda sobre la identidad, la diferencia y la resistencia personal. Melanie no solo ofreció un espectáculo musical, sino una experiencia artística completa que dejó al público madrileño con ganas de más, demostrando que su reino de fantasía oscura sigue creciendo y conquistando corazones en todo el mundo.
Melanie Martínez se ha ganado un lugar muy especial en la industria musical desde su participación en The Voice en 2012. Aunque no ganó el concurso, lo que sí logró fue capturar la atención del público con su peculiar estilo y voz. Poco después, lanzó su EP Dollhouse, que ya dejaba ver su interés por los temas oscuros y los juegos de palabras cargados de crítica social. Pero fue su primer álbum, Cry Baby (2015), el que realmente la catapultó al éxito. Con un concepto narrativo innovador, cada canción del álbum exploraba diferentes aspectos de una infancia distorsionada y la transición hacia la adultez, todo bajo una estética de cuento de hadas oscuro.
En 2019, Melanie regresó con K-12, un álbum visual que amplió la historia de Cry Baby y fue acompañado por una película completa dirigida por ella misma. Esta obra consolidó su reputación como una artista multifacética, que no solo crea música, sino que también da vida a mundos completos a través de su arte visual y cinematográfico. Y ahora, con Portals (2023), Martínez ha evolucionado aún más, llevando su narrativa hacia territorios aún más oníricos y espirituales, explorando temas de renacimiento y transformación.